jueves, 14 de agosto de 2008

Agenda de Presentaciones


Proximas Conferencias y Seminarios de Lester Morales.

Ciudad: Bogota Colombia
Conferencia: Equipos Trascendentes
Fecha: 23 agosto 2008
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Ciudad: Ibague Colombia
Conferencia: Servicio y Calidad
Fecha: 5 Septiembre 2008
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Ciudad: Caracas Venezuela
Convencion Internacional
Conferencia: Calidad Humana
Fecha: 18 noviembre 2008

miércoles, 13 de agosto de 2008

La Terapia del Refrigerador


De niños, nuestros padres muchas veces nos recompensaban con golosinas, si nos portábamos bien. O, si llorábamos o nos sentíamos mal, nos compraban un helado, o un chocolate. Es muy común que los padres den algo de comer a sus hijos para tranquilizarlos, alegrarlos, o premiarlos.
Sin saberlo ni desearlo, estos padres están utilizando la "terapia del refrigerador", que consiste en enfrentar un estado emocional con comida.Muchos de estos niños, cuando crecen y se convierten en adultos, continúan practicando esta terapia para gratificarse, levantar el ánimo, o calmarse ante una situación de estrés.
Cuando llegan cansados del trabajo, tuvieron un "mal día", o se sienten deprimidos o ansiosos por algo, lo primero que hacen es abrir el refrigerador y buscar algo para comer. Ante un estado emocional negativo o inestable, muchas personas encuentran alivio -o distracción- en la comida.
Por ejemplo, alguien se siente aburrido y -de repente- recuerda que tiene un pote de helado en el refrigerador. Comienza a pensar en ese helado, con lo cual atenúa la sensación de aburrimiento. Luego, toma el helado y lo come y así combate el aburrimiento. Tanto comer como pensar en comer, suele ser usado como un mecanismo de defensa ante una emoción intensa, indeseable, o incómoda.
Cuando alguien come como respuesta a una emoción y no a una sensación real de hambre, está confundiendo el apetito físico con el apetito emocional. A pesar de parecer similares, existen muchas diferencias entre ambos. Mientras el apetito físico es gradual (progresivamente se siente que es hora de comer) el emocional es repentino (sobreviene un "ataque de hambre" de un minuto a otro). A su vez, el apetito físico está abierto a diferentes alimentos (se calma con un plato de pastas, o con uno de arroz). En cambio, el apetito emocional apunta a una comida específica y no se sacía con ninguna otra: por ejemplo, se siente "hambre de torta".
Otra diferencia importante es que el apetito físico es paciente (admite una espera), mientras que el emocional es urgente (impulsa a correr a buscar eso que se desea comer). Por último, quien siente hambre a nivel del estómago, se detiene cuando está satisfecho, pero cuando el apetito se experimenta a nivel mental, la persona no se detiene hasta que no se acaba la comida e -incluso- suele buscar más.
Comer sin tener hambre puede parecernos irracional, pero es un hábito muy común y -a corto plazo- efectivo: la comida provee alivio y gratificación inmediatos. Esto se debe a que algunos alimentos -especialmente aquellos sabrosos y "tentadores"- contienen mucha serotonina (sustancia química que influye en el estado emocional). Cuando se ingieren galletitas, tortas, chocolates, quesos, fiambres, pastas, o helados, aumenta notablemente el nivel de serotonina en el cerebro y esto impacta favorablemente en el estado de ánimo de una persona.
Algunos estudios también indican que los alimentos dulces y grasos tienen efectos sedativos, por lo que ayudarían a calmar la ansiedad.Pero la comida ofrece un remedio temporario. Si una persona come para sentirse menos deprimida, sola, ansiosa o aburrida, compensará temporalmente estas emociones, pero luego de comer es posible que experimente otras tan indeseables como las originales, como la culpa, la vergüenza, o una baja autoestima.A estas consecuencias emocionales, se suman consecuencias físicas.
Comer cuando el cuerpo no necesita más energía, hace que las calorías adicionales se acumulen como grasas y la persona aumente de peso y ponga en riesgo su salud. Los nutricionistas calculan que un 75% de los pacientes con sobrepeso, han llegado a esa situación debido a problemas emocionales.La "terapia del refrigerador" es una de las principales responsables de la deserción frente a las dietas y de las dificultades que experimentan muchas personas para adelgazar.
No siempre cuesta dejar de comer por falta de disciplina, de voluntad, o de motivación. Muchas veces, el problema se debe a una falta de conciencia a la hora de comer: alguien cree estar comiendo por hambre, cuando -en realidad- come porque está enojado, aburrido, preocupado, cansado, o deprimido. Para evitar recurrir a la "terapia del refrigerador", una persona necesita hacer dos cosas: identificar cuándo está ante un apetito físico y cuándo ante uno emocional y desarrollar hábitos que le ayuden a combatir el segundo, como los siguientes:
- Llevar un "diario de alimentación": en él se puede registrar todo aquello que se come y cuánto, la hora y el lugar donde se come, la actividad que se está haciendo cuando se decide comer y los sentimientos experimentamos en ese momento.- Identificar patrones en alimentación: si se come apenas se llega del trabajo; cuando se mira televisión; los fines de semana; cuando se comparte una reunión con otras personas; cuando se está solo; etc...- Planear alternativas y modificar rutinas: si una persona sabe que sentarse frente al televisor significa hacerlo con un paquete de golosinas, puede probar salir a caminar, tomar un baño, telefonear a un amigo, leer un libro... cualquier actividad que le aleje de la comida.- Tener un "refrigerador saludable": llenar el refrigerador de alimentos sanos -en lugar de comidas altas en grasas, azúcares, o calorías- es una forma de controlar el apetito emocional, ya que se reducirá la tentación. También se recomienda armar porciones pequeñas de alimentos, para disminuir las ingestas.-
Comer a conciencia: cuando se come, es mejor no estar haciendo otra cosa. Sentarse a la mesa tranquilamente, concentrarse en aquello que se está comiendo y levantarse cuando se está satisfecho. Si se continúa con hambre luego de comer, conviene esperar unos minutos antes de repetir. De esta forma, se podrá identificar si se trata de apetito real, o emocional.- Pedir ayuda profesional: en caso de advertir -o sentir cercana- la posibilidad de desarrollar un desorden alimenticio como consecuencia de practicar continuamente la "terapia del refrigerador", conviene consultar con un nutricionista, o un psicólogo.Existe un componente emocional en la alimentación, que no se puede -ni se debe- eludir.
Las personas celebramos con comida y ocasionalmente comemos para gratificarnos, o para sentirnos mejor... y no hay nada de malo en ello. La situación se vuelve problemática cuando no somos conscientes de estas acciones y cuando comer se convierte en la principal estrategia para regular nuestros estados emocionales. Hay muchas maneras de lidiar efectivamente con nuestras emociones.
Sin dudas, la "terapia del refrigerador" no es una de ellas!

Relaciones y Confianza


Uno de los aspectos fundamentales de nuestra vida, es el de relacionarnos con otras personas. Ya sea en casa, en el trabajo, en la calle, etc, continuamente estamos relacionándonos. Por supuesto, algunas relaciones son más importantes que otras. Pero... ¿por qué? Pensar acerca de esto podría ser muy valioso...

El hecho de que algunas relaciones sean más importantes que otras, nos muestra algo fundamental acerca de nuestra naturaleza: nos dice que "quienes somos" y "quienes podemos llegar a Ser" está críticamente atado a nuestras relaciones (pasadas, presentes y futuras). Los medios y las posibilidades de nuestra vida no provienen de un ser aislado, sino de una red de relaciones. Es nuestra inter-acción con los demás la que nos provee los recursos para vivir... y esto tiene una influencia decisiva en la calidad de nuestra existencia.

Ciertamente, valoramos nuestra privacidad (nuestro tiempo para estar solos): nos gusta tener paz y poder aislarnos del mundo por un rato... pero no pasa demasiado tiempo sin que busquemos la compañía de otras personas. De ahí que valoremos tanto entablar conversaciones que nos nutran y estimulen, que nos den alegría y nos entretengan, nos den satisfacción y un sentimiento de plenitud y logro.

En realidad, nuestra existencia es una Co-existencia, ya que vivimos y trabajamos con una gran cantidad de personas. Como "seres sociales" que somos, co-existimos con los demás: necesitamos de ellos y nos apoyamos en ellos. Las relaciones y las conversaciones nos permiten coordinar las acciones con las demás personas. Gracias a esta coordinación, obtenemos cosas que -de otra manera- serían muy difíciles o imposibles de obtener. Esto se aplica tanto a una simple familia (cuyos integrantes van al trabajo y a la escuela cada mañana), como a grandes empresas altamente especializadas (donde las personas trabajan juntas compartiendo sus conocimientos).

Si las relaciones son tan importantes, entonces, uno de los grandes desafíos de nuestra vida es construir y mantener relaciones positivas. Podemos decir que las relaciones positivas, son aquellas que proveen el contexto en el cual podemos aprender, crecer y sentirnos "bien" (con nosotros y con lo que estamos logrando).

La confianza permite que las relaciones positivas florezcan y se desarrollen. Cuando la confianza se erosiona, las relaciones se deterioran. Las dudas que podemos tener acerca de otra persona, actúan como un veneno o un "cáncer", esparciéndose rápidamente y saboteando la relación.

Todos nosotros, en algún momento, desconfiamos de alguien. Hay personas que -apenas las conocemos- nos hacen sentir incómodos. Expresiones tales como "Mejor perderlo que encontrarlo", expresan esta falta de confianza. Desafortunadamente, la desconfianza también incluye a personas que conocemos desde hace tiempo. La desconfianza tiene un impacto devastador en nuestras relaciones (y sobre la calidad de las conversaciones que suceden dentro de ellas): silenciosamente, comenzamos a dudar de las motivaciones y conductas de los demás y, al hacerlo, cambiamos nuestras propias conductas hacia ellos.

Aunque la confianza es un componente indispensable de las relaciones positivas y productivas, la consideramos "dada por hecho" demasiado rápidamente. Y sólo nos preocupamos por ella, cuando sentimos que se ha roto. La confianza es un elemento muy frágil de las relaciones, que necesita nutrición continua.
"La confianza es el cemento que mantiene unidas las relaciones"
Pero... ¿qué es la confianza? Es interesante notar que, cuando no nos sentimos cómodos con alguien, más allá de las circunstancias, no siempre sabemos explicar exactamente qué es esa incomodidad. De lo único que tenemos certeza, es del fuerte "presentimiento" o "corazonada" que sentimos.

Es verdad: la confianza es una "sensación"... pero podemos ser aún mucho más precisos! Podemos decir que es -simultáneamente- una sensación y un fenómeno lingüístico (por ejemplo, como un juicio o una opinión). El presentimiento es tan sólo el componente emocional de la confianza (el más fácil de reconocer), aunque no es capaz de articular el componente lingüístico de la misma: o sea, describirla con precisión.

Si nos enfocamos en el componente lingüístico, la confianza puede describirse como un triple juicio (o conjunción de tres opiniones): cuando confiamos -o desconfiamos- de alguien, en realidad lo que hacemos es juzgar su sinceridad, su confiabilidad y su competencia. Confiar o no hacerlo, siempre conlleva nuestra opinión, acerca de estos tres puntos.

Juzgamos la sinceridad, cuando evaluamos si alguien es genuino o tiene "intenciones ocultas". Juzgamos la confiabilidad, cuando necesitamos comprobar que alguien puede cumplir con sus compromisos (por ejemplo, entregando los trabajos en tiempo y calidad acordada). Y por último, juzgamos la competencia cuando reconocemos que alguien posee las habilidades necesarias, para completar satisfactoriamente una tarea.

Es por esto que la confianza también está ligada a nuestra identidad. La "reputación", o la imagen que las personas tienen de nosotros, ya sea positiva o negativa, no puede estar divorciada de los juicios que -continuamente- nuestro entorno hace acerca de nuestra sinceridad, confiabilidad y competencia. Las conversaciones que las personas desean -o no- tener con nosotros, y las relaciones que desean -o no- desarrollar, estarán fuertemente influenciadas por nuestra identidad.

Como creamos nuestra reputación a través de nuestras acciones, gran parte de esta reputación proviene de la manera en que nos relacionamos con los demás: la manera en que hacemos y respetamos los acuerdos. ¿Coinciden nuestras palabras con nuestras acciones?

Para profundizar esta reflexión, piense en dos personas importantes de su entorno: una con quien tenga una relación positiva y otra, en que la relación no lo sea tanto. ¿Qué diferencias encuentra en sus propios juicios, acerca de la sinceridad, confiabilidad y competencias de cada una de ellas? ¿Qué es diferente -emocionalmente hablando- en esos juicios? ¿Qué es diferente -cualitativamente hablando- en las conversaciones? ¿Qué conversaciones y acciones (usted y la otra persona) necesitan realizar para construir confianza? ¿Qué pequeños pasos está dispuesto a dar, para lograr ese tipo de conversaciones?

Las relaciones que se rompen, siempre tienen un alto costo: éste puede ser emocional, físico, mental... o financiero! Nuestro dolor, ya sea como individuos, como familias, equipos de trabajo, o sociedad, proviene de no tener relaciones de calidad y altamente confiables. Por esto, podemos mejorar nuestros resultados, nuestra satisfacción y nuestra calidad de vida en general, si no descuidamos la importancia de nuestras conversaciones y trabajamos en ellas, día a día... desarrollando confianza!